En la última fase de ocupación del santuario de La Malladeta, aproximadamente entre 25 a. C. y 75 d. C., ya en el Alto Imperio romano, en la ladera este (la que mira hacia Villajoyosa) solo quedaban las ruinas del santuario íbero, y sobre ellas los sacerdotes y los fieles romanos fueron arrojando basura durante un siglo. Entre esa basura había un trozo de cerámica plano y rodado, como los que podemos encontrar en cualquier playa. No era un fragmento de una vasija: a primera vista, parecía un ladrillo moderno de cantos redondeados por las olas.
Al lavarlo distinguimos un grafiti dibujado con un punzón. Lo habían grabado antes de cocer la pieza de arcilla en el horno para convertirla en cerámica. Ese no era un matiz sin importancia: quería decir que era un trozo de placa de cerámica fabricado a propósito para ese dibujo, es decir, que el grafiti no se había grabado en él por casualidad, sino intencionadamente.
Lo más llamativo era el dibujo. No parecía difícil de interpretar: se apreciaba claramente un tejado sobre una especie de casita; y, dentro de ella, una circunferencia que casi tocaba las paredes.
Probablemente la pieza era una ofrenda a la diosa del santuario, que creemos que era la Tanit púnica o su equivalente ibera, la diosa madre, señora de la vida y de la muerte. Los arqueólogos llamamos a estas ofrendas exvotos. La gente solía usarlas para pedir o agradecer algo a la divinidad, como las figurillas de cera de nuestras ermitas y santuarios modernos.
Seguramente representa un edículo, o sea, una capilla. Podría ser la única representación que tenemos del antiguo edificio sagrado de la Malladeta, dentro del cual estaría la imagen de la diosa.
Pero lo más curioso es la historia de la pieza. Cuando pasa un tiempo, en todos los santuarios (los de antes y los de ahora) se van retirando los exvotos viejos, para dar cabida a otros nuevos. El nuestro acabó roto en la playa de la Malladeta; y este fragmento permaneció suficiente tiempo en la orilla como para convertirse en un tejo más, redondeado por el oleaje.
No sabemos exactamente cuándo, pero en algún momento después del año 25 a. C. alguien paseó por lesa playa y lo encontró. Quizá sintió el impulso de lanzarlo sobre la superficie del agua, como hacemos todos; pero no lo hizo. El mismo dibujo que hoy nos llama la atención también pareció llamársela a esta persona, y se lo quedó. Sea quien fuere, se dirigía al santuario o vivía en él, porque subió hasta la cima, donde aún habría un templito, con el trozo de cerámica en la mano.
Quizá se lo enseñó a alguien, quizá le dio un uso práctico que desconocemos. Lo que sí sabemos es que acabó tirándolo de nuevo por la ladera (era la segunda vez que alguien lo tiraba a la basura), y ahí lo encontramos. Desde que lo cogió un arqueólogo en 2006, este trozo empezó una tercera vida, en los almacenes de Vilamuseu, esperando pacientemente. En julio de 2018 lo hemos expuesto por primera vez, incorporándolo a la exposición Tesoros de Villajoyosa.
Alt.: 51 mm; long.: 53 mm
Nº inv. Vilamuseu 011066